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Rodrigo Paz y la búsqueda gringa de combustible, dólares y legitimidad.

  • Foto del escritor: Adrián Brizuela
    Adrián Brizuela
  • 5 nov
  • 5 Min. de lectura

El presidente electo de Bolivia, Rodrigo Paz Pereira, decidió que su primer viaje internacional sería a Washington D.C.. No se trata de un gesto diplomático, sino de una definición política.Por primera vez en casi veinte años, un mandatario boliviano pisa la capital estadounidense para reanudar los lazos que Evo Morales rompió en 2008, cuando expulsó al embajador Philip Goldberg y selló una etapa de confrontación con Estados Unidos.

El viaje de Paz, iniciado a fines de octubre, simboliza un cambio de época. Bolivia deja atrás dos décadas de hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS) y una política exterior abiertamente antiimperialista, para iniciar una fase que el propio Paz define como “capitalismo para todos”.En palabras de su entorno, no se trata de un alineamiento ideológico, sino de una necesidad práctica: garantizar dólares, combustible y estabilidad económica antes del 8 de noviembre, cuando jure como presidente.


Paz junto al Secretario de Estado Marco Rubio (Yahoo Noticias)
Paz junto al Secretario de Estado Marco Rubio (Yahoo Noticias)

Desde Cabeza de Pescado, ya advertíamos en la nota “Rodrigo Paz, nuevo presidente electo y el fin de una era en Bolivia” que su triunfo abría el capítulo de un país que, tras la fatiga del discurso revolucionario, empieza a hablar el lenguaje del pragmatismo.


El fin del aislamiento

El viaje a Washington marca el retorno de Bolivia al tablero diplomático global.Durante casi dos décadas, el país se movió entre alianzas políticas con el ALBA, cooperación con China y una relación estratégica con Rusia.Hoy, el giro de Paz implica reinsertar a Bolivia en el eje occidental, reabrir la cooperación con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y normalizar relaciones diplomáticas con Estados Unidos a nivel de embajadores.

Según fuentes del Departamento de Estado, el encuentro con el secretario Marco Rubio y el subsecretario Christopher Landau selló el compromiso de avanzar en una nueva etapa de “cooperación y amistad”.Desde la Casa Blanca, el portavoz Tommy Pigott celebró “el regreso de Bolivia a la comunidad democrática de las Américas”, mientras Landau habló de “una relación basada en prosperidad mutua”.


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En términos geopolíticos, la señal es clara: Washington busca frenar la influencia de China en el triángulo del litio y volver a posicionarse en el corazón energético de Sudamérica.Para Bolivia, el cambio supone dejar atrás la lógica de confrontación con Occidente y apostar a un pragmatismo económico que garantice supervivencia interna.


La urgencia económica y el mandato del combustible

El país llega exhausto a este cambio de ciclo.Las reservas internacionales netas cayeron a su nivel más bajo desde los años noventa, el déficit fiscal ronda el 8 %, y la inflación se ubica entre el 20 % y el 23 %.Más del 75 % del empleo es informal, y la escasez de gasolina y diésel afecta la producción, el transporte y la vida cotidiana.

Rodrigo Paz prometió que el primer día de su gobierno habrá combustible.Por eso, la gira no es protocolar: es una misión de emergencia diplomática.El presidente electo busca liquidez inmediata, acceso a créditos multilaterales y apoyo técnico para estabilizar la economía.“Bolivia no puede seguir discutiendo ideologías mientras la gente hace filas para cargar combustible”, dijo ante periodistas en Washington, en una frase que resume su discurso central: “la ideología no alimenta, la economía sí.”

El lema “capitalismo para todos” funciona como paraguas para un programa de recuperación rápida: inversión privada, reducción de trabas al comercio y créditos “baratos” para emprendedores.En la práctica, es una reformulación del viejo consenso de Washington, aunque envuelta en un lenguaje inclusivo.


Lo que trajo y lo que dejó

En la capital estadounidense, Paz sostuvo encuentros con el FMI, el BID, la CAF y el Banco Mundial. El Fondo, representado por Nigel Clarke, se comprometió a apoyar un plan de estabilización macroeconómica, mientras el BID, a través de su presidente Ilan Goldfajn, ofreció un plan de tres etapas: transición a corto plazo, estabilización con protección social y reformas estructurales para el crecimiento sostenido.

Desde el BID y el FMI coincidieron en un punto: Bolivia tiene margen para reactivarse, pero debe modernizar su marco fiscal y productivo. En paralelo, Paz anunció desde Washington que “ya hay gasolina y diésel asegurados”, aunque reconoció que el desafío será la logística interna.



Fuentes cercanas al equipo de transición señalaron que los acuerdos incluyen la reapertura de relaciones diplomáticas plenas con Estados Unidos, una cooperación energética bilateral y el ingreso de capital extranjero en proyectos de litio y energía renovable.A cambio, Bolivia habría aceptado revisar la participación estatal en algunos sectores estratégicos y liberalizar parcialmente su política energética.

El gesto fue leído en La Paz como el retorno al realismo económico.Pero para los críticos, marca también el inicio de una nueva dependencia financiera, bajo las reglas que el FMI y Washington impusieron en América Latina durante los años noventa.


Política interna y tensiones previsibles

La apertura hacia Estados Unidos entusiasma a los sectores empresariales y financieros, pero despierta recelo en los movimientos sociales que formaron la columna vertebral del ciclo anterior.El MAS, aunque debilitado y sin mayoría parlamentaria, mantiene presencia territorial y peso simbólico en el occidente boliviano.Su influencia no se mide ya en votos, sino en capacidad de movilización.Cualquier medida que implique privatizaciones o concesiones estratégicas podría reactivar la memoria de los conflictos del gas y del agua que marcaron el inicio del siglo.

Por otro lado, la coalición que llevó al poder al binomio Paz–Lara es frágil.Edmand Lara, su vicepresidente electo, representa el ala popular y disruptiva del gobierno, proveniente de las redes sociales y el descontento civil.Su figura conecta con los sectores marginados, pero también incomoda al establishment.El equilibrio entre ambos —Paz como rostro institucional, Lara como figura de base— será clave para sostener gobernabilidad.

En este contexto, la política exterior se convierte en una herramienta de legitimación interna.El éxito o fracaso de la gira definirá la autoridad con la que Paz comience su mandato.Si el acercamiento a Washington se traduce en dólares, energía y estabilidad, podrá construir un liderazgo propio.Si no, podría quedar prisionero de la misma desconfianza que hundió a los gobiernos moderados del pasado.


Un cambio de eje regional

La nueva orientación de Bolivia también tiene un impacto regional inmediato. La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) anunció la suspensión de Bolivia como miembro, argumentando “conducta antilatinoamericana y proimperialista”.El gobierno venezolano calificó a Paz de “presidente al servicio de Washington”, mientras el propio mandatario electo adelantó que no invitará a las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua a su toma de posesión.



El gesto es tan simbólico como pragmático: marca el fin del alineamiento bolivariano y el inicio de una diplomacia regional basada en intereses económicos.Durante su gira, Paz también mantuvo conversaciones con Brasil, Uruguay y Argentina sobre cooperación energética y control fronterizo, además de solicitar asesoría técnica a El Salvador en materia de seguridad y gestión penitenciaria. La foto de un presidente electo boliviano buscando asesoramiento de Nayib Bukele sintetiza el espíritu de la nueva etapa: orden, eficiencia y marketing político como pilares de la gobernabilidad.


Expectativas y sombras del nuevo tiempo

El 8 de noviembre, cuando asuma la presidencia, Rodrigo Paz enfrentará su primera prueba: cumplir la promesa de normalizar el suministro de combustible.El país espera señales rápidas, no discursos.El éxito de esa medida marcará la temperatura política del inicio de su gobierno.

En términos más amplios, su desafío será equilibrar apertura económica y soberanía nacional.Bolivia ingresa a una fase de “normalización” con Occidente, pero con una sociedad que aprendió a exigir redistribución, derechos y participación.El pragmatismo de Paz deberá convivir con esa memoria.

La gira a Estados Unidos, en el fondo, no fue un viaje: fue un acto de ruptura.Bolivia dejó atrás la retórica del Sur Global para tocar la puerta del Norte, buscando oxígeno económico en medio de una tormenta interna.En Washington, Paz consiguió promesas, gestos y combustible.Ahora deberá demostrar si puede transformar esas promesas en futuro, sin que el país vuelva a perderse en el espejo del consenso que ya conoció.

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