Elecciones Chile 2025: El corolario del estallido.
- Adrián Brizuela
- 7 nov
- 5 Min. de lectura
Cinco años después de aquel octubre en que Chile se miró al espejo y gritó basta, el país se dispone a votar con una sensación contradictoria: la de haber vivido una revolución sin desenlace. Las elecciones del 16 de noviembre de 2025 condensan el cierre de un ciclo político que comenzó con las protestas de 2019, cuando el alza de 30 pesos en el boleto del Metro encendió la mecha del malestar acumulado por décadas.
Aquel estallido, que tuvo como epicentro Santiago y se extendió a todo el país, fue mucho más que una revuelta por tarifas. Fue la eclosión de una desigualdad estructural, del cansancio ante un modelo que prometía progreso mientras profundizaba la precariedad. “No son 30 pesos, son 30 años” se volvió consigna y diagnóstico. El grito de Chile despertó prometía una refundación social y política.
La “marcha más grande”, del 25 de octubre de 2019, reunió a más de un millón de personas y forzó a la clase política a abrir un camino institucional: un proceso constituyente para reemplazar la Carta Magna de 1980, símbolo persistente de la dictadura y de un modelo neoliberal enquistado. En ese impulso nació el proyecto político que llevó a Gabriel Boric a la presidencia en 2022.
Cinco años después, sin embargo, la energía que movilizó las calles parece haberse agotado. Las dos propuestas constitucionales fracasaron; el entusiasmo mutó en escepticismo; y el país que prometía transformarse vuelve a enfrentarse a las urnas con la esperanza suspendida.
Qué se vota, quiénes compiten y el regreso del voto obligatorio
El 23 de noviembre de 2025, Chile elegirá presidente, senadores, diputados y consejeros regionales. Si ninguno de los candidatos presidenciales supera el 50 % de los votos válidos, habrá segunda vuelta el 14 de diciembre, apenas tres semanas después. Por primera vez desde 2012, las presidenciales se realizarán con voto obligatorio, lo que podría elevar la participación a niveles inéditos y modificar las estrategias de campaña.

Los sondeos sitúan como principales contendientes a José Antonio Kast, líder del Partido Republicano; Evelyn Matthei, referente de la centroderecha tradicional; Jeannette Jara, ministra de Trabajo y candidata del Partido Comunista, respaldada por el oficialismo; y Johannes Kaiser, del Partido Nacional Libertario, representante de la franja más radical de la derecha.
Ninguno de ellos parece capaz de imponerse en primera vuelta. Pero todos expresan, de algún modo, el reacomodo político tras la década más convulsionada desde el retorno a la democracia. La elección será una disputa entre la promesa de orden, la nostalgia de estabilidad y la dificultad de reencantar a un electorado que vota más por castigo que por esperanza.
El balance del gobierno de Boric
El mandato de Gabriel Boric, síntesis política del ciclo post-estallido, se jugó en una paradoja: gobernar el cambio desde dentro del sistema. Prometió un Estado social más fuerte, una economía con rostro humano y un proceso constituyente que consolidara las demandas de la calle. Sin embargo, el impulso reformista se fue diluyendo entre la fragmentación parlamentaria, la crisis de seguridad y una economía sin crecimiento.
El doble fracaso constitucional simbolizó el agotamiento del ciclo transformador. La primera convención, elegida en 2021, fue percibida como desconectada del “sentido común” de la ciudadanía; la segunda, dominada por la derecha, repitió el error inverso: propuso una constitución demasiado restrictiva. Ambas fueron rechazadas por amplias mayorías, dejando en evidencia que el país no estaba dispuesto a redefinir su marco institucional sin antes recuperar la confianza.

En el plano económico, Chile creció menos del 2 % promedio entre 2022 y 2024, una cifra insuficiente para revertir la desaceleración de los ingresos y el aumento del costo de vida. En seguridad, la sensación de desborde se profundizó: el crimen organizado pasó a ser la principal preocupación nacional y desplazó de la agenda a las reformas sociales. La violencia del 2019 se transformó en otra, más dura y cotidiana: la de las bandas, los secuestros y el narcotráfico.
A nivel político, la aprobación del gobierno ronda el 30 %, una cifra que refleja la frustración de un electorado que esperaba más. Los avances en pensiones, salud o vivienda fueron “tenues, por decir casi nulos”. La ciudadanía percibe que el Estado no responde y que las promesas de transformación quedaron atrapadas en los pasillos del Congreso.
El desencanto se traduce en un ciclo oposicionista. Con la izquierda en el poder, la derecha parte con ventaja. La candidata oficialista, Jeannette Jara, hereda un gobierno con bajo crédito político y la carga de representar la continuidad de un proyecto que muchos dan por agotado.
El fortalecimiento de la derecha
“La derecha chilena ya no se avergüenza de su pasado: lo convierte en promesa de futuro.”Esa frase resume el momento.
El fracaso del progresismo en cumplir las expectativas abrió espacio a un bloque opositor que hoy supera el 50 % en intención de voto combinada. José Antonio Kast, que ya fue finalista en 2021, encarna la versión conocida: orden, autoridad y reducción drástica del Estado. Promete una “revolución del sentido común” basada en seguridad, recorte fiscal y control fronterizo. Su lema implícito: más cárceles, menos ministerios.

A su derecha, Johannes Kaiser propone un programa ultralibertario inspirado en la Escuela Austríaca y en el modelo de Javier Milei en Argentina: eliminación de impuestos a utilidades reinvertidas, reducción de ministerios y venta de activos estatales para financiar gasto social. En materia de seguridad, su discurso coquetea con el bukelismo: “si no hay cárceles suficientes, construiremos más o pediremos espacio en las de otros países”.
En contraste, Evelyn Matthei busca captar al electorado moderado. Su mensaje es de eficiencia y gestión, no de refundación. Habla de “hacer que Chile vuelva a funcionar”, promete austeridad fiscal, inversión en seguridad y un plan de vivienda que combine sector público y privado. Representa la derecha tradicional que intenta diferenciarse de los extremos pero capitaliza el mismo clima de hartazgo.
El fortalecimiento de la derecha responde a un cambio más profundo: el orden se volvió un valor moral y político. Después del caos y la incertidumbre, amplios sectores ven en la autoridad, y no en la deliberación, la garantía de tranquilidad. La memoria del estallido, asociada al descontrol y la violencia, se convirtió en argumento electoral.

La tentación autoritaria asoma en los márgenes del debate. Algunos candidatos reivindican la “mano dura” y relativizan los avances en materia de derechos humanos. Otros insinúan cerrar el “capítulo 73-90” y revisar condenas a violadores de derechos durante la dictadura. En el nombre del orden, la historia podría volver a torcerse.
Conclusión: El ciclo que se apaga
Chile llega a 2025 sin épica, sin enemigos claros, sin horizonte. El país que quiso escribir una nueva Constitución vuelve a decidir entre lo conocido y lo temido. Y quizás, en ese desencanto, se esconda la verdadera derrota del 2019.
La épica del cambio se disolvió en el desgaste. Lo que nació como una revuelta contra la desigualdad terminó como un examen de administración: seguridad, inflación, eficiencia estatal. La política se achicó al tamaño de lo urgente.
Pero la democracia chilena no está perdida: está cansada. Cansada de promesas incumplidas, de reformas que no llegan y de discursos que no dialogan con la realidad cotidiana. El desafío del próximo gobierno —sea del signo que sea— será reconstruir la confianza en las instituciones sin recurrir al miedo como herramienta.
El estallido de 2019 fue un terremoto que prometió reordenar la casa. La elección de 2025 puede ser el intento de reconstruir los cimientos, aunque sin planos nuevos. El peligro está en que, en nombre del orden, se elija un techo más bajo y un aire menos libre.
Si la política logra entender que la estabilidad no debe contradecir la justicia, y que el orden sin derechos es apenas un silencio prolongado, tal vez Chile pueda recuperar la fe en su propia historia. Hasta entonces, el país votará no para soñar, sino para detener el temblor.






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