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Balotaje en chile: la resignación que abrió la puerta a los extremos

  • Foto del escritor: Adrián Brizuela
    Adrián Brizuela
  • hace 3 días
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: hace 2 días

La noche del 16 de noviembre dejó una postal precisa del momento político chileno: una elección partida, un país que vota más por fastidio que por convicción y dos candidaturas que llegarán al balotaje del 14 de diciembre sosteniendo proyectos antagónicos. Jeannette Jara obtuvo el 26,85% y José Antonio Kast el 23,92%, según datos oficiales del Servicio Electoral. El margen angosto, casi sin festejos, expresó una sensación compartida: más que un triunfo, fue una advertencia. En la primera vuelta no hubo mayorías sólidas sino el registro de un desencanto extendido y la confirmación de que el país ya no se ordena por el viejo equilibrio entre centroizquierda y centroderecha.


Resultados y participación: una elección distinta bajo voto obligatorio

Por primera vez en décadas, Chile votó una presidencial con participación masiva gracias al retorno del voto obligatorio. De acuerdo con el Servel (Servicio Electoral), más del 96% de los sufragios fueron válidos y la concurrencia superó con holgura la marca de las dos últimas elecciones. El dato no es menor: un electorado ampliado obliga a leer los números sin los filtros habituales. Con ese padrón más denso, Jara quedó primera y Kast segundo, asegurándose el pase a una segunda vuelta que los enfrentará el 14 de diciembre. Los demás candidatos quedaron muy lejos, salvo uno: Franco Parisi, cuya irrupción en tercer lugar se convertiría en el dato político más inesperado de la jornada.


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Jara y el desgaste de Boric: el voto que castiga a la izquierda

El magro resultado de Jara no puede leerse aislado del desgaste del gobierno de Gabriel Boric. Un balance presidencial “mixto”: inexperiencia inicial, promesas que no lograron avanzar y el golpe del “caso fundaciones”. La candidata oficialista, una figura “más pragmática que ideológica”, no consiguió despegar del malhumor acumulado. Aunque encarna una historia de ascenso social —de Conchalí al gabinete—, esa biografía no alcanzó para contrarrestar la percepción de que la izquierda llegó a un punto de agotamiento.



El Estallido Social de 2019 había instalado la expectativa de un cambio profundo. Cuatro años después, lo que quedó fue la sensación de que las transformaciones se diluyeron entre negociaciones inconclusas y una vida cotidiana que no mejoró lo suficiente. Por eso el 26,85% de Jara se parece más a un límite que a un impulso: es el recordatorio de que buena parte del electorado castigó al oficialismo y que la izquierda llega a este balotaje sin el aura de renovación que la llevó a La Moneda en 2021.

La nueva derecha y la ola regional

La primera vuelta confirmó otra tendencia: la derecha chilena ya no se expresa sólo en su versión tradicional. Kast acumuló votos con un discurso de orden y seguridad y consolidó una fuerza que se puede definir como “derecha nacionalista populista”, alineada con figuras como Trump, Bukele o Milei. Evelyn Matthei y Johannes Kaiser, derrotados, aportaron cada uno un tramo del voto conservador y libertario, componiendo un bloque que, sumado, supera el 40%.

La escena chilena dialoga con lo que ocurre en la región: Milei gobierna en Argentina con una agenda de ajuste radical, Noboa impulsa reformas de seguridad en Ecuador —aunque su último referéndum fue rechazado— y Bukele consolidó su hegemonía sobre la promesa de encarcelar al crimen organizado. Chile, con Kast, agrega su propia versión de esta tendencia: un liderazgos construido a partir del miedo al delito, el rechazo a la migración irregular y la crítica feroz al gasto público.



Parisi, la sorpresa que desacomodó los cálculos

Con 19,71% de los votos, Franco Parisi quedó tercero como un actor decisivo. Al confirmarse como “la sorpresa” de la elección, y el propio Parisi declaró que “nos manipularon las encuestas”, en alusión al desacople entre los sondeos y su caudal real. Su Partido de la Gente obtuvo además 14 escaños en Diputados, consolidándose como fuerza de peso.

Parisi ganó en cuatro regiones y capturó el voto más volátil: descontentos, clases medias endeudadas, electores que se sienten abandonados por el Estado y por las élites políticas. No es un voto ideológico; es un voto de castigo. El candidato anunció que no entregará apoyos automáticos y que “el peso de la prueba” recae tanto en Jara como en Kast. Es ese electorado —casi dos millones y medio de personas— el que decidirá el desenlace del 14 de diciembre.




Programas y perfiles: dos caminos sin punto medio

La segunda vuelta enfrentará proyectos de país que ya no buscan el centro: disputan los bordes.

Jeannette Jara combina origen popular, militancia comunista y oficio técnico. Su plataforma enfatiza defensa de los logros laborales —40 horas, aumento del salario mínimo—, una reforma previsional y medidas de seguridad que buscan mostrar firmeza sin renunciar a los derechos humanos: profesionalizar Gendarmería, fortalecer la expulsión de extranjeros condenados por delitos de drogas y garantizar un ingreso mínimo de 700 dólares mensuales.

José Antonio Kast, apoyado por Evelyn Matthei y Johannes Kaiser, ofrece un “gobierno de emergencia”. Su documento programático habla de zanjas fronterizas, autodeportaciones, medidas inspiradas en Bukele y un ajuste fiscal de 6.000 millones de dólares en dieciocho meses. Ha defendido aspectos del régimen de Pinochet y reivindica la “mano dura” como eje rector. Sus guiños a Milei y Trump completan un perfil que se inscribe en la ola global de derechas identitarias.

La grieta chilena cambió: de la alternancia al choque frontal

Por décadas, Chile funcionó con una lógica de alternancia moderada: la Concertación y la derecha tradicional se sucedían sin alterar demasiado el modelo económico heredado de la dictadura. Ese orden se fracturó.

El Mostrador mostró que la derecha obtuvo 76 diputados y 25 senadores, con Republicanos como la primera fuerza en la Cámara. El oficialismo quedó con 64 diputados. Esa correlación confirma un nuevo tipo de grieta: ya no es un péndulo entre matices del mismo consenso, sino una disputa entre proyectos incompatibles. La izquierda que gobernó el ciclo post-Pinochet perdió su centralidad y la derecha tradicional fue absorbida por un polo más duro. Kast y Jara no representan variantes del mismo país: representan dos modelos que no se hablan, dos lenguajes de época en disputa.


Foto de El País de España
Foto de El País de España

Desafíos del próximo gobierno: economía, seguridad y la deuda constitucional

Quien gane el 14 de diciembre recibirá un país fatigado y desconfiado. La economía se mueve entre crecimiento débil e inflación persistente; la seguridad aparece como el principal temor ciudadano; y el proceso constitucional quedó suspendido después de dos intentos fallidos.

En este terreno inestable late un recuerdo: el Estallido Social de 2019. La propia reseña de Cabeza de Pescado recupera la secuencia: el alza de 30 pesos del metro, las protestas masivas, las denuncias de violaciones a los derechos humanos, el acuerdo político que prometió una nueva Constitución y el desencanto posterior cuando ambos textos fueron rechazados. Esa llama no se apagó.

La tarea del próximo gobierno será evitar que la frustración vuelva a desbordarse. Tendrá que ofrecer seguridad sin autoritarismo, crecimiento sin exclusión y un camino institucional que recupere la legitimidad perdida. Más que administrar un resultado electoral, deberá hacerse cargo de una sociedad que votó masivamente pero que no confía en nadie.

Chile llega al balotaje después de medir su temperatura política: está caliente, no está resuelto, y está cansado de esperar soluciones que no llegan. El 14 de diciembre no sólo elegirá a un presidente. Elegirá qué relato dominará la próxima década: la continuidad pragmática de una izquierda que perdió brillo o la promesa dura de una derecha que ofrece orden a cualquier precio.

El desafío, para cualquiera de los dos, será evitar que el país vuelva a despertar como en 2019, pero esta vez con menos esperanza y más rabia.

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