Se cumple un año desde que Javier Milei asumió como presidente de la Argentina, marcando un punto de inflexión en la historia política y económica del país. Su llegada al poder como un "outsider", respaldado por un discurso libertario y disruptivo, sorprendió tanto a sus detractores como a sus seguidores. Milei, conocido por su retórica incendiaria y su rechazo absoluto al modelo político tradicional, se convirtió en un fenómeno observado con atención por analistas internacionales. Mientras algunos esperaban que su gobierno colapsara en cuestión de meses, el líder libertario logró mantenerse en pie y avanzar con un programa de reformas radicales. Hoy, su gestión genera tanto elogios como críticas, y el impacto de sus políticas divide a la sociedad argentina.
Uno de los logros más destacados de Milei ha sido la reducción de la inflación, un flagelo que durante años mantuvo a la economía argentina al borde del colapso. En su primer año, los índices mensuales cayeron de niveles de dos dígitos a un promedio de 3,5%. Aunque estas cifras aún son elevadas en comparación con los estándares internacionales, representan un cambio significativo para un país acostumbrado a convivir con la hiperinflación. Sin embargo, esta reducción no llegó sin costos. Durante los primeros meses de gobierno, el equipo económico liderado por Andrés Toto Caputo implementó un shock recesivo sin precedentes. Los precios se dispararon a niveles récord mientras los salarios y las jubilaciones permanecían congelados. Esta estrategia, argumentaron desde el gobierno, era necesaria para estabilizar la economía, pero implicó un ajuste feroz que erosionó el poder adquisitivo de las mayorías y contrajo el consumo a mínimos históricos.
El mecanismo detrás de esta aparente estabilización inflacionaria fue doble. Por un lado, la contracción de la demanda: con menos ingresos disponibles, los argentinos dejaron de consumir, y los precios dejaron de aumentar. Por otro, la fijación de un tipo de cambio artificialmente bajo, sostenido por una emisión masiva de deuda y un exitoso blanqueo de capitales que inyectó dólares al mercado. Aunque estos recursos ayudaron a sostener la estabilidad inicial, comienzan a mostrar signos contradictorios durante noviembre, con alzas en productos básicos como carne y lácteos que anticipan posibles presiones inflacionarias en el corto plazo.
Otro hito destacado del gobierno de Milei ha sido el superávit fiscal. Mediante recortes drásticos en áreas como salud, educación, obra pública y programas sociales, el Estado logró gastar menos de lo que recauda, algo que pocas veces se ha visto en la historia reciente del país. Sin embargo, este logro fiscal tiene un costo social enorme. Los hospitales enfrentan desabastecimiento, las escuelas públicas operan con recursos mínimos y miles de familias han quedado desprotegidas tras la eliminación de subsidios y ayudas esenciales. Además, algunos economistas señalan que este superávit se basa en un "dibujo contable", sustentado por un endeudamiento masivo que compromete la sostenibilidad a largo plazo de las finanzas públicas.
La combinación de baja inflación y superávit fiscal tuvo un impacto positivo en los mercados financieros. El riesgo país cayó drásticamente, situándose por debajo de los 750 puntos básicos, el nivel más bajo en una década. Esto permitiría a la Argentina acceder a financiamiento externo en condiciones más favorables y sentar las bases para renegociar su deuda con el FMI. Sin embargo, estos logros en el ámbito financiero no se tradujeron en mejoras en la economía real. Mientras los mercados celebran, los indicadores de empleo, pobreza y consumo muestran un panorama desolador.
El desempleo crece hasta el 8%, y el poder adquisitivo del salario cayó un 30% en términos reales. Según datos del INDEC, la pobreza afecta a más del 50% de la población, y la indigencia alcanza al 15%. El consumo de carne per cápita, un símbolo de la cultura alimentaria argentina, se redujo a 42 kilos por año, el nivel más bajo en un siglo. Además, el consumo de productos esenciales como leche, frutas y verduras también disminuyó drásticamente. Los jubilados, por su parte, enfrentan serias dificultades para acceder a medicamentos, ya que muchos dejaron de comprarlos por falta de recursos.
La educación, uno de los pilares históricos de la movilidad social en Argentina, tampoco escapó al impacto de las políticas de ajuste. La matrícula universitaria cayó un 8%, y los índices de deserción escolar en niveles secundarios aumentaron significativamente. Según UNICEF, la pobreza infantil supera el 60%, lo que compromete el desarrollo de una generación entera. Estos indicadores reflejan una desintegración social que muchos comparan con la crisis de los años 90, otra época marcada por ajustes estructurales y un modelo económico similar al actual.
El gobierno de Milei destaca sectores como el agro, la energía y la minería como ejemplos de recuperación económica. La normalización de las lluvias tras años de sequía permitió una mejora en los rendimientos agrícolas, mientras que el desarrollo de Vaca Muerta, iniciado durante el kirchnerismo, impulsó la industria energética. Sin embargo, estos logros no alcanzan a compensar el colapso de otros sectores clave como la industria, los servicios y la construcción, que representan la mayor parte del empleo. La mayoría de las empresas enfrentan tasas de interés prohibitivas y una demanda interna debilitada, lo que limita su capacidad de recuperación.
El relato oficial celebra la estabilización macroeconómica y la confianza de los mercados como signos de un futuro prometedor. Sin embargo, para millones de argentinos, la economía se mide en términos de empleo, acceso a bienes básicos y oportunidades para sus hijos. La crisis social generada por el ajuste plantea dudas sobre la sostenibilidad del modelo. Mientras algunos ven en Milei un restaurador necesario, otros advierten sobre los riesgos de un experimento que, como señalan economistas críticos, "nunca ha triunfado en la historia".
A un año de gestión, el legado de Milei es un terreno fértil para el debate. ¿Es este el inicio de una era de prosperidad o el preludio de una nueva crisis? Argentina enfrenta un dilema histórico: persistir en el ajuste o buscar un camino que combine disciplina fiscal con políticas de inclusión. La respuesta definirá no solo el futuro del gobierno, sino también el destino de una nación acostumbrada a navegar entre la esperanza y el desencanto.
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