El Acuerdo de Asociación entre el Mercosur y la Unión Europea, un proyecto que aspira a crear una de las mayores zonas de libre comercio del mundo, está nuevamente en el centro de las tensiones políticas y económicas globales. Tras más de dos décadas de negociaciones, el pacto, que busca eliminar aranceles y facilitar el comercio entre ambas regiones, dio un paso importante el pasado fin de semana con la firma de una declaración conjunta en la cumbre del Mercosur celebrada en Montevideo. Este evento contó con la presencia de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quien destacó la necesidad de consolidar relaciones estratégicas entre Europa y Sudamérica en un mundo cada vez más competitivo. Sin embargo, las diferencias entre los bloques siguen siendo profundas, particularmente en torno a compromisos ambientales y asimetrías económicas.
El acuerdo, que abarca a más de 700 millones de personas y podría impulsar el comercio bilateral en un 20%, establece la eliminación de aranceles sobre el 91% de las exportaciones de la Unión Europea al Mercosur y el 92% de las exportaciones del Mercosur hacia Europa.
Por un lado, el Mercosur, compuesto por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, (Bolivia, al ser nuevo miembro, queda afuera en una primera etapa) encuentra en este tratado una oportunidad para fortalecer su principal sector económico: las exportaciones agrícolas, que representaron 127 mil millones de dólares en 2023 según la FAO. Por otro, la Unión Europea busca afianzar su presencia en una región donde la influencia de China crece de manera acelerada. Sin embargo, las demandas de la UE en torno a la deforestación de la Amazonía y el cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de París han generado tensiones con los países sudamericanos, en especial con Brasil, que insiste en proteger sus intereses productivos.
La aprobación del acuerdo no es un trámite menor. Por el lado del Mercosur, debe ser ratificado por los parlamentos de sus cuatro países miembros, un desafío que se intensifica ante los cambios políticos en Argentina y las diferencias internas entre los socios del bloque. Del lado europeo, el camino pasa por el Parlamento Europeo, donde el acuerdo debe ser aprobado por una mayoría calificada que represente al menos el 65% de la población de las naciones miembro. Este requisito no solo aumenta el umbral de consenso, sino que también refleja las divisiones dentro de Europa, con países como Francia que lideran la resistencia al acuerdo, argumentando que amenaza a sus sectores agrícolas y podría debilitar los estándares ambientales globales.
En términos económicos, el acuerdo promete beneficios significativos para ambas regiones, pero también plantea desafíos considerables. En Europa, su producción de materias primas teme enfrentarse a productos sudamericanos más baratos que podrían erosionar su competitividad. En Sudamérica, los países del Mercosur deberán adaptarse a las exigencias ambientales y sociales impuestas por Europa, lo que podría aumentar los costos de producción y generar tensiones internas. Además, las ONGs como Greenpeace advierten que este acuerdo podría incentivar una mayor deforestación en la región amazónica, poniendo en riesgo uno de los ecosistemas más importantes del planeta.
El acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea adquiere una relevancia estratégica aún mayor en el contexto actual de incertidumbre económica global y crecientes tensiones comerciales. Con la promesa de un enfoque proteccionista renovado por parte de Donald Trump, quien asumirá nuevamente la presidencia de los Estados Unidos el próximo 20 de enero, se prevé una intensificación de los conflictos comerciales con China. En este escenario, el Mercosur y la Unión Europea podrían posicionarse como aliados clave, consolidando un bloque comercial robusto que permita diversificar mercados y reducir la dependencia de las dos principales economías del mundo. Para Sudamérica, el acceso preferencial a Europa abre puertas a una mayor estabilidad comercial en medio de la volatilidad global, mientras que para Europa, el acuerdo representa una oportunidad para fortalecer su presencia en una región que enfrenta la creciente influencia económica y diplomática de Beijing. Este pacto, más allá de sus implicancias económicas, podría redefinir las alianzas estratégicas en un sistema internacional en transformación.
El futuro del acuerdo dependerá de la capacidad de los Estados para articular y negociar intereses que van más allá del comercio. Este pacto no solo es un ejercicio de diplomacia comercial, sino un reflejo de cómo las economías pueden y deben cooperar en un contexto global de crisis ambiental y competencia geopolítica. En un mundo cada vez más interconectado, el rol de los Estados es crucial: interpretar las demandas de sus sociedades, articularlas en foros internacionales y negociar con miras al largo plazo. La firma en Buenos Aires representa un hito importante, pero también deja en claro que el camino hacia la ratificación está lejos de ser sencillo. Lo que está en juego no es solo el comercio entre Europa y Sudamérica, sino también la credibilidad de los acuerdos internacionales como herramientas para construir un futuro más sostenible y equitativo.
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