El regreso de los rehenes: primer punto de inflexión del acuerdo en Gaza.
- Adrián Brizuela
- 13 oct
- 4 Min. de lectura
Durante más de dos años, sus nombres habitaron pancartas, plazas y sobremesas. Hoy, por fin, se pronuncian con alivio. Los últimos rehenes israelíes capturados el 7 de octubre de 2023 regresaron a casa como parte de la primera fase del alto el fuego. Fue un día en el que Israel respiró por primera vez en mucho tiempo.
En Tel Aviv, las familias se reunieron en la plaza donde gritaron durante meses. En las bases militares del sur, los helicópteros aterrizaron uno tras otro, trayendo a los liberados para sus primeras revisiones médicas. Las lágrimas de los familiares fueron el cierre humano de un capítulo que parecía interminable.
En Jerusalén, el presidente de Estados Unidos terminaba su discurso ante la Knéset. Lo llamó “el fin de una era de terror y muerte” y prometió “una Edad de Oro para Israel y para Oriente Medio”. Los aplausos fueron hegemónicos, en una sesión donde la disidencia apenas duró unos segundos antes de ser expulsada.
A orillas del Mar Rojo, en Sharm el-Sheij, el presidente de Egipto recibió al de Palestina en una reunión previa cargada de simbolismo. La ciudad balnearia se convirtió en la antesala de la cumbre que promete definir el nuevo mapa político de la región.

El paso que faltaba
El regreso de los rehenes era el gesto imprescindible para creer en el acuerdo. En Israel se lo presenta como una operación y como un símbolo: “Regreso a su frontera”, o simplemente “Regreso a Casa”. El gobierno lo narra como una victoria moral que justifica dos años de guerra.
Del lado palestino, se espera la inminente liberación de alrededor de dos mil prisioneros. Las autoridades de la Autoridad Palestina confirmaron que todo está listo para los traslados y que el anuncio será simultáneo a la apertura de la cumbre. Cuándo se produzca, será el primer gesto visible de reconciliación interna en más de una década.
Lo que establece el acuerdo (y lo que no)
La primera etapa del acuerdo fija tres puntos centrales: cese total de hostilidades, retiro parcial del ejército israelí y apertura de corredores humanitarios. En los 20 puntos propuestos por Trump que sirvieron de base para lograr el pacto, aparece una frase que lo resume todo: “Camino hacia la autodeterminación palestina.”
Israel conservará control sobre los principales pasos fronterizos y corredores estratégicos de seguridad. La discusión sobre hasta dónde llegará el repliegue se trasladará a la segunda fase, que dependerá de los compromisos que se adopten en Sharm el-Sheij. La verdadera negociación aún no empezó: empezará cuando se discuta lo que Israel está dispuesto a dejar.
Los observadores internacionales advierten que la tregua se sostendrá solo si la ayuda humanitaria fluye. La ONU calcula que deberán ingresar entre 400 y 600 camiones diarios con alimentos, agua y medicamentos durante los próximos dos meses. Si la ayuda no llega, el alto el fuego puede morir antes de consolidarse.
La cumbre junto al Mar Rojo
Las delegaciones comienzan a llegar. Egipto y Estados Unidos oficiarán de anfitriones junto con Qatar. Israel participará por primera vez de una negociación abierta desde la firma del acuerdo. El encuentro en Sharm el-Sheij será la primera mesa donde todos los actores estarán obligados a hablar del día después.
Sobre la mesa estarán los temas que todos prefieren postergar: el desarme de Hamas, la administración temporal de Gaza, la reconstrucción y la definición política del futuro Estado palestino. Nadie espera soluciones inmediatas, pero todos buscan al menos una señal de compromiso.
En paralelo, el presidente egipcio mantiene conversaciones bilaterales con Mahmoud Abbas. Se habla de coordinación institucional, de seguridad en los pasos fronterizos y de fondos de reconstrucción. Las imágenes de ambos líderes saludándose frente al mar simbolizan un equilibrio diplomático tan frágil como necesario.
Gaza, a contraluz
Dos años después, Gaza es un mapa roto. Viviendas destruidas, hospitales colapsados, cortes eléctricos diarios y escuelas convertidas en refugios. El territorio sigue siendo una herida abierta donde la tregua aún no se traduce en alivio.
El regreso de los rehenes, celebrado legítimamente en Israel, convive con la espera palestina: la de quienes aguardan poder volver a un hogar que ya no existe. La palabra reconstrucción sigue siendo una promesa lejana.
En las calles de Rafah y Deir al-Balah, los camiones de ayuda humanitaria se amontonan en los puestos de control. Gaza vive suspendida entre la esperanza de una tregua real y el miedo a su propio final.
El discurso que busca fijar el relato
El discurso de Trump en la Knéset es, ante todo, un intento de construir sentido histórico. Agradeció a “todas las naciones árabes y musulmanas que se unieron para liberar a los rehenes” y lo definió como “un triunfo increíble para Israel y para el mundo”. Trump intentó consagrar el momento como el nacimiento de una nueva era política en Oriente Medio.
El tono fue de celebración política más que de modestia diplomática. Buscó instalar la idea de un nuevo orden, el de una región unida por la victoria y por la promesa de estabilidad. En el fondo, fue un discurso para escribir la historia antes de que ocurra.

Lo que viene
El acuerdo respira por tres factores decisivos: el cumplimiento verificado de la tregua durante los próximos sesenta días, el ingreso constante de ayuda humanitaria y la construcción de un horizonte político real para Gaza. Si alguno de esos pilares falla, la tregua se derrumbará como arena entre los dedos.
Israel llega a la cumbre con su primer ministro fortalecido. Palestina lo hace con expectativas frágiles. Egipto y Estados Unidos intentan mantener la ecuación en equilibrio. Nadie se atreve aún a hablar de paz definitiva, pero todos reconocen que algo cambió.
Tal vez, como dijo Trump, las generaciones futuras lo recuerden como el instante en que “todo empezó a cambiar”. Por ahora, el cambio es apenas una promesa escrita en las arenas de Sharm el-Sheij.







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