El retorno de Donald Trump a la escena política internacional promete no ser un simple eco de su primer mandato, sino un nuevo capítulo cargado de sombras y expectativas temerosas. La consigna de "America First", pronunciada con la dureza de una promesa inquebrantable, vuelve a teñir de incertidumbre los mercados y las alianzas tejidas con frágil paciencia. Más allá de las fronteras estadounidenses, el mundo entero se prepara para sentir las sacudidas de un proteccionismo renovado, con sus consecuencias repartidas entre lo inmediato y lo invisible, entre la ganancia efímera y la pérdida sostenida.
Trump, ese hombre que simplifica la complejidad del mundo en eslóganes, trae consigo la memoria de aranceles y guerras comerciales, de medidas que protegieron al trabajador medio norteamericano al costo de encender fuegos en otras latitudes. El acero, los bienes de consumo, las manufacturas: todos se convirtieron en peones de una partida donde la victoria de uno implicaba la zozobra de los demás. Y si la historia tiene un eco, la promesa de nuevas barreras y subsidios internos amenaza con hacer tambalear nuevamente la balanza del comercio global.
En el vasto tablero de las economías exportadoras, los efectos de esta política son más que cifras: son respiraciones contenidas, apuestas de sobrevivencia. Los países productores de commodities, como aquellos que ven en su tierra la riqueza de la soja y el trigo, recuerdan que en 2024 Argentina representaba el 40% de las exportaciones de harina de soja. Un dato seco que refleja una esperanza y, a la vez, un riesgo. Porque si Estados Unidos decide proteger a sus agricultores con subsidios masivos, la caída en los precios internacionales será una sentencia compartida, una hemorragia de divisas en los patios traseros de las naciones dependientes de la exportación.
El sector energético, otro jugador en este tablero de tensiones, tampoco escapa al alcance de las decisiones de Trump. Con el aumento de la producción interna de petróleo y gas y la relajación de las políticas ambientales, la saturación de los mercados globales parece inevitable. Vaca Muerta, esa vasta promesa de riqueza en el subsuelo argentino, puede encontrar en el proteccionismo estadounidense un golpe en los ingresos que se derrama más allá de sus campos: un efecto dominó que amenaza con romper la ecuación de desarrollo y pausa, de inversión y retorno. Si en 2024 Argentina producía 661.000 barriles diarios de crudo, el eco de esas cifras se apagará si los precios se desploman bajo la presión de una sobreoferta internacional.
Sin embargo, no solo la tierra y la energía ven danzar el filo del proteccionismo. Las fábricas, las plantas donde se moldean metales, muebles y vehículos, conocen el lenguaje de la supervivencia en tiempos de competencia desleal. Si en un rincón de Norteamérica los subsidios y los aranceles se conjugan, las industrias de países emergentes, desde México hasta el sur del mundo, se enfrentan a la amarga realidad de perder mercados o aceptar condiciones de venta más estrictas. En Argentina, la producción industrial, que en marzo de 2024 mostraba una caída del 21,2%, es solo un vestigio de lo que la próxima ola proteccionista podría azotar en otras latitudes.
El dinero, siempre tan ágil, encuentra refugio donde se siente seguro. Y en tiempos de Trump, los bonos del Tesoro estadounidense son un puerto más atractivo que las arenas movedizas de las economías emergentes. Si los inversores buscan esa estabilidad, la salida de capitales es un golpe certero, un goteo constante que encarece el acceso al crédito y sofoca las inversiones en países que, como tantos en América Latina, necesitan cada dólar para financiar su desarrollo. En junio de 2024, Argentina, con una deuda externa del 60% de su PIB, no era un caso aislado, sino una advertencia de lo que podría pasar en una región que comparte la vulnerabilidad y la interdependencia.
La inflación, esa sombra que se desliza lenta pero letal, encuentra terreno fértil en estas políticas. Cuando las divisas se escapan y el precio de los insumos importados se infla en una moneda debilitada, el poder adquisitivo se erosiona, no solo en Buenos Aires, sino en cada capital donde la dependencia del comercio exterior es ley. El FMI, bajo la influencia estadounidense, podría marcar un ritmo implacable, recordando con su firmeza las negociaciones del pasado, cuando las tasas subían y las condiciones de préstamo apretaban el nudo de la deuda.
En un mundo donde las promesas de proteccionismo resuenan, la incertidumbre se multiplica, se anida en la mirada de los productores, en el cálculo de los economistas, en las políticas que buscan un respiro. Y mientras Trump perfila su gabinete con figuras conocidas por su dureza, los ecos de su mantra "América para los estadounidenses" se cuelan en los mercados como un presagio. Las afinidades ideológicas entre líderes como Trump y nuevos exponentes de la política regional son apenas un parpadeo en un panorama donde las fronteras se cierran y las esperanzas de alianzas comerciales parecen tan volátiles como los precios de la soja y el crudo.
El futuro bajo el regreso de Trump es un juego de espejos y advertencias. Para el mundo, el reto será enfrentar los claroscuros de una economía donde el proteccionismo deja huellas y donde la diplomacia y la adaptabilidad se vuelven las armas más necesarias. Las aguas revueltas de la geopolítica exigen más que resistencia; piden astucia y la difícil habilidad de leer el movimiento antes de que se convierta en tormenta. Y en eso, el mundo todavía está aprendiendo.
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