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Cuatro muertos después: Evo Morales comprendió que no era el camino

  • Foto del escritor: Adrián Brizuela
    Adrián Brizuela
  • 16 jun
  • 2 Min. de lectura

Tras más de dos semanas de bloqueos que paralizaron Bolivia, los seguidores de Evo Morales decidieron suspender las medidas de fuerza iniciadas en protesta por su inhabilitación para postularse a la presidencia en 2025. La razón del levantamiento fue política: las muertes expusieron con crudeza que Morales ya no cuenta con el apoyo social necesario para forzar su regreso. Cuatro personas fallecieron durante la medida, y al menos una de ellas perdió la vida por no poder acceder a asistencia médica a tiempo debido a los cortes. El límite fue ese.

La suspensión no fue fruto del diálogo ni de una revisión autocrítica. Fue la constatación brutal de que la estrategia de presión territorial había agotado su legitimidad. No hubo triunfos discursivos ni concesiones del gobierno. Hubo, sí, un país hastiado, familias golpeadas y el miedo colectivo a repetir una historia ya conocida.

El expresidente dijo al anunciar el fin de los bloqueos: “No vale la pena seguir con esta medida de presión si está costando vidas”. Es una frase que retrata la tragedia de una política que va por detrás de los hechos. El reconocimiento llega cuando el daño ya está hecho, cuando los costos humanos superan incluso a la voluntad de sostener el conflicto.

Pero Morales no es el único responsable. El gobierno nacional también carga con su parte. Ya no puede ignorarse que reprimir no es la salida, especialmente si se reconoce que Evo Morales aún conserva una fracción significativa de representación política. Gobernar es administrar tensiones, no avivarlas.

Todo esto ocurre en un momento particularmente delicado para Bolivia: la proximidad de las elecciones se combina con una crisis económica cada vez más profunda. El país carece de dólares para importar insumos vitales, en especial combustible, lo que agrava la escasez y alimenta la incertidumbre. Y mientras tanto, ni los candidatos de izquierda ni los de derecha logran presentar propuestas claras, sintetizadas, que ofrezcan una salida consistente a la crisis. Se disputan cargos, pero no se proponen rumbos.

Esta historia deja una lección dolorosa: la política no puede construirse sobre los cuerpos. Ni sobre los vivos sometidos a bloqueos, ni sobre los muertos usados como advertencia. A Evo Morales le bastó una vida perdida para frenar. Pero Bolivia sigue atrapada entre el pasado que no se termina de ir, y un futuro que todavía nadie se anima a nombrar.

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